Cielo encapotado y olor a lluvia. La sexta noche de Jesús María comenzó a palpitarse desde temprano, bajo densos nubarrones que desde el sur se asomaban amenazantes. Había que recuperar lo perdido en la noche anterior, suspendida por la lluvia, por lo que el programa proponía doble ración de caballos y cantores. Chaqueño Palavecino, Abel Pintos, Coplanacu, Canto 4, Yamila Cafrune y César Isella, formaban el variado menú. Pasadas las 17, cuando la paciencia del público que junto a sus conservadoras y reposeras había formado una cola que circundaba el anfiteatro llegaba al límite, se abrieron las puertas. Las montas suspendidas del martes y algunos cantores sobre el escenario Martín Fierro, entre ellos los salteños Izkierdos de la Cueva y el catamarqueño Cololo Macedo, animaron la versión vespertina del festival.
El aire fresco que había dejado la lluvia no tardó en cargarse el tradicional velo perfumado de choripán y achuras que se desparramaba desde el humo vertical de la parrillas, que así volvía a hacer señales de argentinidad después del forzado receso del martes.
Sobre rieles
A las 22, antes del inicio de la transmisión televisiva, las tribunas, ocupadas en un 80 por ciento, comenzaban a pedir lo que programación central prometía y quería individualizar su presencia levantando los cartelones que declaran procedencia, con los que se podría armar un caprichoso mapa del país en trance folklórico.
Puntual, media hora después el clarín y el grito dieron inicio virtual a lo que ya había iniciado antes. Los fuegos artificiales colaboraban con el barullo general y enseguida Christian Bazán presentó a Yamila Cafrune. La hija del inolvidable Jorge rindió homenaje a San Martín y a Güemes y se despidió con Mandiga abrime la puerta, chacarera del repertorio de su padre. Enseguida, César Isella recordó algunas de sus colaboraciones con Armando Tejadas Gómez e hizo cantar a todos con Canción con todos y más tarde Canto 4 calentó el anfiteatro con un set breve y contundente, como el cuarteto salteño sabe y a Jesús María le gusta. Al filo de la medianoche, llegó Coplanacu para poner esos acentos encantadores que son una marca.
La noche, multitudinaria, todavía tenía mucho para decir y en las tribunas, ya cubiertas totalmente, el ansia se dividía entre Abel Pintos, anunciado para las doce y media, y el Chaqueño Palavecino, que debía entrar cerca de las dos de la mañana.